Se equivocan quienes creen que un escritor escribe para los demás.
Si partimos del hecho de que la herramienta del escritor es el lenguaje, y de que su técnica y compendio de recursos no son sino maneras de comunicar algún mensaje de forma más fidedigna, precisa o elegante, lo afirmado al principio de este texto parece una soberana tontería para cualquiera que no sea un egocéntrico solipsista. Para evitar ese exabrupto diré entonces que un escritor que se precie no elige ni el contenido ni la forma de su escrito con la finalidad de lograr el agrado de los demás.
Pero entonces, ¿deja el pedagogo de ser escritor por pensar su escrito de acuerdo a un público específico? ¿Deja de serlo el jurista que escribe para su polis, y otros ejemplos análogos? Supongamos que estos sean casos en lo que se escribe en función de los demás (pues no sería complicado argüir lo contrario, es decir, que para el escritor su texto es un fin en sí mismo); sería injusto, con total evidencia, negar el talento de aquellos que honran estas u otras profesiones semejantes, y más injusto sería negar la belleza de las más resaltantes obras de esa naturaleza. Pero en cuanto a qué hace a un escritor, serlo, cabe seguir adelante con el axioma del encabezado (cabe agregar además que labor del pedagogo no es la del literato ni se le puede exigir a ambos lo mismo. Para el artista la prioridad no es el contenido, sino la forma).